Acabo de terminar Monster: The Ed Gein Story, la nueva temporada de la antología de Ryan Murphy para Netflix, y todavía estoy procesando lo que vi. Esta entrega se mete de lleno en la mente retorcida de Ed Gein, sin convertirlo en un villano caricaturesco ni glorificar sus crímenes. Es una historia densa, inquietante y a ratos profundamente triste.
La ambientación en los años 50 es excelente: los campos vacíos de Wisconsin, las casas desvencijadas, la niebla constante… Todo construye un clima rural opresivo que parece respirar con el protagonista. Charlie Hunnam sorprende en su interpretación: logra un equilibrio incómodo entre vulnerabilidad y terror.
Lo más interesante es cómo la serie mezcla el retrato íntimo con reflexiones sobre el true crime y la cultura pop. Gein no solo fue un asesino: fue la semilla de íconos como Norman Bates (*Psycho*) o Leatherface (*Texas Chainsaw Massacre*). Murphy aprovecha esto para explorar cómo la sociedad fabrica “monstruos” a partir de figuras reales.
No todo es perfecto. La narración a veces se dispersa, saltando entre tiempos y estilos, y algunas escenas rozan el sensacionalismo. Pero, en general, es una temporada que provoca más que asusta, y deja una sensación duradera.
Uno de los elementos más inquietantes de la serie es cómo muestra las fantasías y obsesiones internas de Gein a través de personajes que no son del todo “reales”, sino proyecciones mezcladas con figuras culturales.
Por un lado está la alemana de los cómics, un personaje inspirado en publicaciones pulp y sensacionalistas de la época. Representa la figura femenina idealizada: poderosa, voluptuosa y peligrosa. En la mente de Gein, ella encarna una mezcla entre deseo, miedo y dominación. Su estética recuerda a las villanas de cómics de posguerra, con uniformes sugerentes y un aura de autoridad casi militar. Esta figura funciona como un espejo distorsionado de su educación estricta y de la represión sexual que sufrió, y aparece en secuencias casi oníricas, como si fueran viñetas animadas que se mezclan con su realidad rural.
Por otro lado está el personaje trans, que juega un rol crucial en cómo la serie aborda la identidad y la confusión sexual de Gein. No se presenta como un “villano”, sino como un símbolo de la ruptura entre el cuerpo y la identidad, algo que Gein observa con fascinación y perturbación. Murphy utiliza este personaje para mostrar cómo Gein se obsesionaba con la idea de “transformar” cuerpos, en paralelo a su represión religiosa y su relación enfermiza con la figura materna. La serie camina una línea delicada aquí: intenta evitar caer en clichés transfóbicos (como el de “asesino disfrazado”), pero no siempre lo logra del todo — lo que genera escenas poderosas, aunque incómodas.
Veredicto personal: perturbadora, atmosférica y ambiciosa. No es para todos los gustos, pero si te interesa el terror psicológico y las historias reales, vale mucho la pena.
⭐ Valoración: 4 de 5