Si alguna vez pensaste que ya habías visto todo en el cine de terror, Hereditary llega para romperte los esquemas. Esta ópera prima del director Ari Aster no solo redefine el horror moderno, sino que deja una marca imborrable en la mente del espectador. Más que sustos baratos, aquí hay un descenso imparable hacia la locura, el duelo y lo sobrenatural.
En la recta final, descubrimos que los extraños sucesos que han afectado a la familia Graham no son coincidencias ni manifestaciones del duelo, sino el resultado de un ritual satánico cuidadosamente planificado. La abuela Ellen Leigh, fallecida al inicio del filme, pertenecía a un culto que adoraba al demonio Paimon, uno de los reyes del infierno según la demonología.
El objetivo del culto era invocar a Paimon y proporcionarle un cuerpo masculino como huésped, algo que intentaron desde hace años. La hija de Ellen (Annie) nunca permitió que su madre se acercara a su hijo Peter, pero sí a su hija menor, Charlie. Aquí está la clave: Charlie fue criada como si ya portara el espíritu de Paimon, aunque no era el recipiente ideal por ser mujer.
El desenlace ocurre cuando Annie, completamente poseída, muere de forma ritual, y Peter, su hijo, queda como el último miembro vivo. En una secuencia espeluznante, el espíritu de Charlie (Paimon) finalmente entra en el cuerpo de Peter, completando el sacrificio.
¿Qué significa todo esto?
Hereditary juega con el terror real y el simbólico. Por un lado, tenemos el terror sobrenatural del demonio y el culto. Por otro, un subtexto sobre el trauma generacional: una familia atrapada en un ciclo de dolor, silencio y secretos. El demonio representa ese legado maldito que se transmite sin que los hijos lo elijan.
Paimon, en este sentido, no solo es un ser infernal: es el símbolo del peso que heredamos, de las maldiciones que no comprendemos hasta que ya es tarde.
El final de Hereditary no es solo un giro satánico: es el cierre brutal y trágico de una historia marcada desde antes del nacimiento de sus protagonistas. La película no busca consuelo ni redención. Solo deja una certeza aterradora: algunas familias no heredan amor… heredan horror.